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martes, 14 de noviembre de 2017

EL MELONAR. CAPÍTULO II

El primer capítulo de esta mini serie, que podéis leer en este mismo blog, terminaba así:
"El capataz y los sub-capataces seguían en sus trece, dale que dale, sin ser conscientes de la debacle "melonar" que se avecinaba, el administrador decidió enviar a capataces de otras partes del melonar para que hicieran que esa parcela volviera a la normalidad."
CAPÍTULO II
El capataz y los sub-capataces se reunieron un día para tomar una decisión, los peones que estaban de acuerdo con la construcción de la cerca, se agolpaban progresivamente en las parcelas solicitando a sus dirigentes que levantaran ya de una vez la tela de malla.
Esa tarde, aciaga para el melonar porque ya no volvería a ser el mismo, tomaron la decisión de confirmar la separación, los peones partidarios se volvieron locos celebrándolo, corrió el mosto y la música, y todo se auguraba felicidad y buen rollo.
Pero...
En ese mismo momento, el administrador junto con sus ayudantes y otros capataces decidieron terminar con esa aventura; enviaron a 155 emisarios para tomar el control de la parcela; decidió elegir en dos meses a nuevos capataces y sub-capataces, destituyendo a los que actualmente había. Algunos de los antiguos sub-capataces fueron citados por el administrador a la caseta de los aperos, que estaba en la parcela central donde residía, para que explicaran por qué habían tomado esa decisión tan dañina para el melonar y en especial para su parcela.
Los sub-capataces cesados se negaron a explicar nada, dando la callada por respuesta, y para más "Inri", tenían en su parcela cantidad de víveres guardados, que presuntamente habían ido escamoteando de los que el administrador les enviaba para la ayuda a los peones más necesitados; éste decidió enviarlos a la gatera del pueblo hasta que se aclarara la situación.
El ex-capataz y cuatro de los anteriores sub-capataces habían desaparecido, no se presentaron en la caseta de los aperos y entonces empezaron a sonar todas las alarmas.
Nadie sabía dónde estaban, y los guardas forestales que se habían desplazado a la parcela empezaron a buscarlo; registraron la caseta de la contabilidad y los almacenes de vivieres, abonos, fitosanitarios, provisiones  y aperos, descubrieron muchas anomalías porque no coincidía lo registrado con lo anotado; y el ex-capataz seguía sin aparecer.
La siguiente noche, en el melonar del al lado, apareció el ex-capataz; se subió en un taburete y con un megáfono grande empezó a despotricar de los que actualmente administraban la parcela, se auto proclamó capataz en el exilio, buscaba el apoyo del administrador y capataces del melonar adyacente, pero pinchó en hueso; solo recibió apoyo de un capataz de aquel melonar que tenía idénticos delirios que él mismo.
El ex-capataz siguió durante días y días gritando desde el taburete a través del megáfono, algunos de los anteriores sub-capataces  ya reconocieron que no era factible la construcción de la valla y acataron la acción de los 155 emisarios (bien sea dicho, que eso es lo que declararon, otra cosa es lo que realmente creyeran, quizá pensando en las próximas selecciones); el administrador solicitó que se presentaran candidaturas para hacerse cargo de la gerencia, de la ya tan traída y llevada parcela del melonar; algunos declararon públicamente que no estaban realmente preparados para independizarse con un muro; que la declaración de construir la alambrada era un amago para meter miedo; pero, mientras tanto, el minucioso examen de los contables y guardas forestales,que formaban parte de los 155 emisarios, cada vez encontraba más pruebas de la presunta malversación de los víveres que circulaban por la parcela; y el ex-capataz, seguía hablando desde el melonar de al lado, sin dar la cara como ya lo habían hecho sus compañeros.
Un día se limitó a decir, y se quedó tan fresco, que él lo que realmente quería era otra relación con la administración del melonar, no construir la valla.
En fin, ahí sigue la cosa, esperemos al próximo capítulo de esta saga que ya está siendo mucho más famosa que Falcon Crest, Dinastía o el mismísimo Dallas.
Continuará...

viernes, 10 de noviembre de 2017

PERO MANOLI...¿QUÉ TE PASA?

Me despierto, un poco desconcertado, en el transcurso de la madrugada; no enciendo la lamparilla de la mesita de noche para evitar despertar a mi Manoli; utilizo, como otras muchas veces, la luz que proyecta la pantalla de mi móvil. Casi a oscuras, me dirijo a la cocina para procurarme un trago de agua fresca de la nevera, me empino la pequeña botella que tengo para ese efecto; y seguidamente, accedo al baño para descargar un poco de líquido, de ese mismo, que hace un momento he consumido.
Como dice el genial Manu Sánchez, en uno de sus famosos monólogos, pululo por el pasillo de vuelta al dormitorio pulsando “cancelar”, “cancelar”.
Pero al pasar por la puerta de la salita, en la oscuridad de la noche, escucho una respiración un poco subida de tono; la lámpara está apagada, el televisor también, la persiana, al estar casi toda bajada, impide la entrada de luz procedente de las farolas de la calle.
Como puedo, y con un poco de miedo, hago un: “cancelar”, “cancelar” , en la puerta de la salita, vislumbrando en el sillón orejero a mi Manoli sentada frente al televisor en los brazos de Morfeo.
Rápidamente retiro la luz del móvil no vaya a ser, que por mor de la mala suerte, se despierte y entonces tenga yo la culpa de que no haya dormido en toda la noche.
Me vuelvo despacio a la cama procurando no tropezar con nada para no hacer ruido, y me acuesto intentando conciliar de nuevo ese sueño interrumpido por la sed, las ganas de miccionar, y el susto de mi Manoli en el salón.
Cuando el despertador me avisa, todavía es de noche como todos los días, al acostarme a media madrugada, cerré la puerta de la habitación, y eso me permite encender la luz de la mesilla para vestirme; hice uso de nuevo del tan traído y llevado “cancelar, “cancelar” para llegar hasta el baño, y allí, acicalarme, peinarme, y perfumarme un poco;  me gusta oler bien.
Paso la mañana y parte de la tarde bastante entretenido en el trabajo, este me permite escuchar la radio y hay dos cosas que no me pierdo si realmente puedo: la cámara de los balones del Yuyu, y la ventana de Carles Francino, ambos de la cadena Ser, había estado escuchando el tema que nos ocupa a diario desde hace meses.
 Deseando llegar a casa para descansar los pies, después de tantas horas de estar sobre ellos en este trabajo que me ha tocado hacer, abro la puerta de casa, y entro al pasillo; volteo la cabeza hacia la salita y cuál fue mi sorpresa, al ver a mi Manoli, en la misma posición que estaba la noche anterior.
Me acerqué suavemente para posarle un beso en la frente…
-      Buenas tardes cariño.
-      Buenas tardes, (me espetó haciéndome con el dedo índice la señal de silencio)
Seguía en la misma postura que durante la noche anterior, con la persiana semi-bajada sentada en el butacón y mirando un televisor que seguía apagado.
Empecé a preocuparme seriamente, algo pasaba, y no era normal esa actitud de mi Manoli; dejé las llaves en el taquillón de la entrada, la cartera, y las gafas de sol; cogí una cerveza fresquita de la nevera, y le di un buen trago.
Me acerqué de nuevo a la salita, todo seguía igual, apoyé el botellín en la mesa y le dije de nuevo:
-      Cariño ¿estás bien?
-      ¿Te pasa algo Manoli?; me tienes preocupado.
De nuevo su dedo índice se acerca a su boca y me invita a guardar silencio.
-      ¿Pero Manoli… que estás mirando, si el televisor está apagado?
Pausadamente, me miró a los ojos, en sus pupilas descubrí un atisbo de locura, la profundidad de su mirada se perdía en el abismo negro de la pantalla apagada.
Me volvió a indicar con su dedo que guardara silencio y me dijo:
-      ¡LO TENGO APAGADO  PORQUE SI LO ENCIENDO, SALEN!.
Como decía mi madre hace mucho tiempo: ¡Que hartura padre cura!. 






martes, 31 de octubre de 2017

HARRY POTTER Y LA RED FLÚ.

Queridos lectores:
Ante las peticiones que he tenido por carta, email, o llamadas para que adelantara un avance del nuevo libro de Harry Potter que estoy escribiendo actualmente, que será el octavo; más o menos, y después de haber resumido exhaustivamente lo que llevo editado, esta nueva novela viene a narrar más o menos lo siguiente...
HARRY POTTER Y LA RED FLÚ.
Cuando Harry Potter terminó sus estudios en Hogwarts se graduó como auror; habiéndose casado con Ginevra (Ginny) Weasley, tuvieron tres hijos, a saber: Albus-Severus (en recuerdo de Dumbledore y Snape), James (en recuerdo de su padre) y Lily Luna (rememorando a su madre y a Luna Lavegood).
Ellos, están ya a punto de licenciarse en Hogwarts; y su padre, ya hace tiempo que dejó la auro-mancia para dedicarse a la enseñanza y a la dirección activa de la escuela de magia.
Empezando como profesor de artes oscuras, fue ascendiendo en el escalafón de la escuela hasta que consiguió, ayudado por otros profesores afines, ser director, llegando a sentarse en el despacho del mismísimo Albus Dumbledore.
Estuvo poco tiempo de director, y durante esa andadura aprendió a utilizar los polvos “flú” a la velocidad del rayo; llegó a hacer uso de ellos con una rapidez inusitada, sacándolos de  la bolsa que colgaba de su cinturón.
Esos polvos fueron inventados en el siglo XII por Ignatia Wildsmith, y tenían mucha aceptación entre todos los que una vez estudiaron en Hogwarts.
Harry, caminaba ya por los cincuenta y tantos años, y su llegada a la madurez no le había cambiado en demasía su presencia física; más mayor, eso sí, pero su aspecto no había cambiado tanto como el de su inseparable amigo Ron; ya estaba casi calvo, bastante más grueso, y con un ojo dañado por una picadura de araña, esas que tanto miedo le dan.
Quisieron, tras una  decisión de la dirección donde también estaba su amigo Weasley, separarse del Ministerio de Magia e iniciar una andadura en solitario como un CIH, (colegio independiente de Hogwarts).
El Ministerio de Magía entonces, envió  aurores y dementores al colegio para detener a Harry y a la junta directiva;  pero Harry, experto en la utilización de los polvos flú; se introdujo en la chimenea de su despacho, cuidadosamente cogió una pizca de polvos mágicos del "canut" y regándose con ellos,  pronunció fuerte el nombre de la ciudad donde  quería viajar; de pronto unos destellos brillantes  verdes y amarillos lo introdujeron en la red flú, y en una fracción de segundo, apareció en  una chimenea de Bruselas.
Esto fue solo un avance, espero que compréis el libro para saber el final de esta interesante nueva peripecia de Harry.
Atentamente...
J.M. Bouling.

jueves, 26 de octubre de 2017

EL MELONAR. CAPÍTULO UNO.

Había una vez en un pueblo un gran melonar, un melonar del que se cosechaban los más dulces melones de la comarca.
Era inmenso, grande, con sol, magnífica tierra, y mejor agua, envidiado por la mayoría de los cultivos colindantes.
Por aquel entonces, y después de una cruenta discusión, se lo quedó Paco en arrendamiento de por vida.
Estaba dividido en parcelas, unas más grandes y otras más pequeñas, pero la producción se vendía en conjunto y el precio se equiparaba a la media de la calidad de los melones que se producían.
Las parcelas eran sembradas, regadas, se le quitaban las malas hierbas, se recogía y demás labores, por capataces, cada uno en una parcela, y estos tenían personalmente su cuadrilla.
Había unas parcelas que delimitaban parte del territorio del melonar, y estás, tenían salida directa al camino por donde entraban y salían los tractores que surtían y recogían el producto de todo el melonar. Paco, influenciado por los antiguos arrendatarios, siguió y amplió los beneplácitos para esas parcelas; le cedió más cantidad de agua y más abono; las cuidaba mejor de las plagas, y por tanto, la producción era mayor y mejor que la de las demás.
Muchos peones de otras parcelas, dada la poca producción de las suyas por la dejadez del suelo, se trasladaron a las parcelas más prósperas para ganarse el pan, no tumbados a la bartola, sino trabajando duro, incluso propiciando que los que trabajaban ya en esas parcelas, vieran aliviadas sus labores al delegar esos trabajos en los que venían de fuera.
Cuando Paco murió, haciéndolo sin descendencia, el pueblo le concedió el arrendamiento a Juan Carlos, al que Paco había estado preparando para ello durante muchos años. Juan Carlos y sus apoderados sucesivos siguieron manteniendo el beneplácito a estas parcelas, muchos de los capataces y ayudantes de capataces hacían  desaparecer melones y más melones sin que nadie se diera o quisiera darse cuenta; y como todo lo que se hace mal, sin que ninguna persona denuncie, la producción de melones fue bajando; eso y la crisis producida por la plaga de los "pulgones constructores",  hicieron que casi la mayoría de las parcelas mermaran su producción, al producir menos, los beneficios fueron menores, y al no recortar los sueldos de los capataces ni los beneficios de los apoderados, la reducción de beneficios se cebó con los de siempre, los que doblaban el espinazo en cada carril del melonar.
Las parcelas más productivas, esas que fueron tratadas con privilegios que no tenían las demás, fueron paliando las pérdidas de otras desde la llegada de la plaga; mientras la producción general, si bien reducida, se hacía suficiente para que el melonar siguiera siendo rentable.
Juan Carlos, el arrendatario, ya mayor, cedió el puesto a su hijo Felipe, al que también había preparado para ello durante muchos años; este se hizo cargo del melonar junto con sus administradores y capataces; algunos, como antes relaté, fueron acusados y condenados de quedarse con melones de la finca, incluso algún familiar del mismo Felipe, aprovechaba su condición para llevarse también algún que otro melón.
Un día cualquiera, el capataz de una de las parcelas que conectaban directamente con el camino; decidió, arengar a los sub-capataces y a los obreros  diciendo: 
-¡Si construimos  una valla que nos separe de las demás parcelas, como nuestros melones son mejores que los de los demás, nuestro cupo será más grande ya que no tendremos que repartir los beneficios con los otros pobres desgraciados, que tienen peores melones, porque trabajan bastante menos que nosotros.
Mariano, administrador de Felipe tuvo que enviar a los guardas forestales a la parcela para que intentaran impedir la construcción de la valla; se lió parda; nadie quería melones de esa parcela, ¡Que se los coman con "papas" entre ellos mismos!, decían los parroquianos. Algunos intermediarios del comercio, decidieron cambiar el lugar de carga, dada la inseguridad de la parcela, y la producción se fue mermando paulatinamente, pero con rapidez, y ya algunos de los peones empezaron a estar molestos.
Los peones discutían encarecidamente con los de otras parcelas,  incluso con los de su misma familia, que quedaron relegados en sus parcelas de origen.
El capataz y los sub-capataces seguían en sus trece, dale que dale, sin ser conscientes de la debacle "melonar" que se avecinaba, el administrador decidió enviar a capataces de otras partes del melonar para que hicieran que esa parcela volviera a la normalidad.
De momento, así está la cosa...
Continuará...



jueves, 5 de octubre de 2017

ESPAÍN Y SU CARRIL BICI.


Érase que se era, hace mucho tiempo, un pueblecito pequeño al que llamaban Espaín; tenía algunas bicicletas, unas más grandes y otras más pequeñas. El alcalde, que por aquellos años era designado a dedo, por mucho tiempo, sin que nadie lo sustituyera, solo podía hacerlo el que lo nombraba. Este alcalde, no quería que las bicicletas circularan libremente por el pueblo, y obligaba transitar a los ciclistas a pie, abajo de la bicicleta; para pasear montados en ellas tenían que salir fuera de los límites de la localidad.
Había dos  que eran bastante díscolos, y para evitarse problemas, el alcalde decidió hablar con ellos en privado, proponiéndoles que si se dejaban de altercados y protestas les regalaría algunas ventajas...
Y así fue, durante mucho tiempo, a estos dos ciclistas, los municipales los dejaban pasearse por el pueblo a escondidas; el alcalde les regalaba bicicletas nuevas, mientras otros ciclistas se conformaban con unas más antiguas, y bastante deterioradas; claro, como no protestaban...
Pasaron los años, y estos dos ciclistas seguían con sus privilegios prestados, que con el transcurso del tiempo se fueron convirtiendo en derechos adquiridos.
Un día, el alcalde anciano murió, y el pueblo decidió elegir a un nuevo edil, esta vez por sufragio, democráticamente, aunque los votos de esos mismos dos ciclistas y su familia y amigos tuvieran más valor que los de los demás, gracias a una ley promulgada por un señor llamado D´Hondt, que no se qué coño pintaba en el pueblo de Espaín.
Pero bueno, así sucedió y así os lo estoy contando.
Avanzando en la historia de Espaín, llegó un momento en que había diecisiete bicicletas. Los conductores se reunieron un día con el alcalde recién nombrado; le pidieron insistentemente que cediera parte del terreno del pueblo para tener un carril bici en el que las diecisiete bicicletas tuvieran autonomía para circular. El edil, viendo que habían estado los ciclistas muy cohibidos durante mucho tiempo, decidió liberar fondos municipales para la construcción del carril.
La circulación en esa nueva vía era fluida, si bien dos de ellos, los de siempre, seguían queriendo tener más privilegios que los demás, y en poco tiempo empezaron de nuevo las reivindicaciones; y el alcalde, y los otros alcaldes que fueron viniendo cada cuatro años, compraban bicicletas nuevas para ellos, trajes de ciclista aerodinámicos, zapatillas especiales; y eso, daba lugar a que Euskatio y Catalino (que así se llamaban) siempre estuvieran por delante, dejaban detrás a los otros alegando:
- Es que pedalean poco, decían de los demás, por eso llegan después de nosotros; sin reconocer jamás que los medios que les concedían los alcaldes (quizá porque necesitaran los votos de los amigos de Euskatio y Catalino para poder acceder al poder) eran superiores a los de los demás y siempre partían con ventajas.
Pero un día de finales de verano de este año, Catalino, sin tener que ver nada con nadie, le espeta al alcalde que como hay amigos y simpatizantes que están de acuerdo en que él, con su bici, pueda circular por cualquier parte de la localidad,  a partir de ese seis de septiembre, circulará por el carril bici solo cuando le interese, pero el resto del tiempo se saldrá de ese camino unilateralmente, sin contar con el resto de los ciclistas; incluso se acercó a los pueblos colindantes que componían la comarca, para que los alcaldes presionaran al de Espaín y así conseguir lo que pretendía; no consiguió su objetivo.
El alcalde le advirtió, que una cosa era tener ventajas, y otra era salirse del carril bici por donde están obligados a circular por la ley que ellos mismos redactaron.
Y siguieron circulando por encima de la acera, cruzando los pasos de peatones, y el alcalde siguió advirtiendo,  y Catalino se negaba a circular por el carril, por donde paseaban todos los demás ciclistas, caso de que no le interesara hacerlo.
Había tres municipales en el pueblo, Mossés, Poli y Guardiano; Mossés era familia de Catalino, y a ese, precisamente a ese, el alcalde lo envió a impedir que Catalino circulara de esa forma; como era de esperar, Mossés solo advirtió tenuemente a Catalino de su errónea actitud, y éste siguió adelante con su reto a la alcaldía.
El edil, tuvo que acudir a Poli y Guardiano para que impidiera este atropello; y bueno... Cuando uno quiere y el otro no, el enfrentamiento es inevitable; amigos y familiares de Catalino tuvieron lesiones, Poli también, otros se hicieron fotos trampa para repartirlas por los pueblos de alrededor buscando apoyo a su causa.
Y Catalino, animado por sus amigos y familiares, ha declarado en la radio local, que a partir del lunes dejará definitivamente de circular por el carril bici, en contra de la opinión del resto del pueblo.
No se si Espaín seguirá teniendo diecisiete bicicletas, tampoco se si a  Euskatio y algunos más, se les vendrá a la cabeza circular a su libre albedrío también.
Lo cierto y verdad, es que si cada uno hace lo que quiere, sin respetar las normas establecidas, este pueblo sería como un partido de fútbol en el unos juegan con el pie y otros con las manos y nadie hace nada, ni el árbitro suspende el partido.
El futuro de Espaín será incierto si Catalino no se dirige al Ayuntamiento circulando por el carril bici, para solicitar que este sea: ampliado, asfaltado de nuevo, alargado o pintado con los colores amarillo y rojo en rayas finas; y por supuesto, que esas ventajas puedan ser utilizadas por todos los ciclistas del pueblo, el futuro será incierto.
Parafraseando a un gran comunicador...
Así lo he visto, y así os lo he contado.

miércoles, 11 de enero de 2017

LA CONSULTA.

Los escalones blancos de mármol, desgastados por el transcurso del tiempo y los pasos de los pacientes, recibían en su regazo las pisadas suaves pero decididas de los tacones de aguja de la dama vestida de negro que ya se acercaba al descansillo.
Con su delicado dedo pulsó el timbre de la consulta del doctor Cabrera. El silencio de la escalera se vio interrumpido por el ding-dong de detrás de la puerta blindada por la que se accedía a la consulta del afamado  psiquiatra.
Le abrió paso una enfermera dulce y muy guapa, de ojos verdes y sagaces….
-        Pase usted, señora, adelante, el doctor Cabrera la está esperando.
Muy elegante, fue avanzando por el pasillo, como si fuera flotando por entre las paredes hasta llegar al despacho del doctor.
-        ¡Buenos días! ¿Qué tal está? Encantado de saludarla – comentó el doctor.
Ella se quedó unos segundos analizando la composición de la sala: la lámpara baja que iluminaba la estancia desde la mesa del despacho; las pesadas cortinas burdeos que flanqueaban el balcón; la estantería repleta de libros y más libros, la mayoría con tratados o referencias a la psiquiatría o psicología; un cuadro enorme de Sigmund Freud y la lámpara de lágrimas que colgaba del techo.
-        Buenos días - saludó la señora con su dulce voz.
-        Tome asiento y relájese. Y, por favor, cuénteme qué la trae por mi consulta.
La señora se asentó en el confortable sillón de orejeras tapizado de cuero marrón que se ubicaba frente a la mesa de caoba, por la que el doctor asomaba su corpulenta  figura; y se puso cómoda antes de empezar a hablar.
Tomó aliento, como si estuviera en esos segundos haciendo examen en su memoria de todo lo que tenía que contar al psiquiatra en aquella mañana fría de invierno.
-        Usted dirá que le trae por aquí.- empezó el doctor- Yo estoy aquí para ayudarla en todo lo que pueda. Dígame ¿Qué le pasa?
-        Le diré la verdad.-empezó a contar con su voz suave- Yo personalmente no tengo ningún problema; más bien, los problemas se hacen latentes con mis amigos. Tengo muchos amigos; y mi relación con ellos es muy variopinta, pero siento una sensación de desasosiego por cómo me tratan, cómo se comportan conmigo, cómo reaccionan ante mi presencia y eso, doctor Cabrera, es lo que me preocupa. Me intranquiliza la diferente forma en la que me trata la misma persona, me inquietan los amigos que me reclaman para que esté con ellos si están mal y de la noche a la mañana me borran de su lista de amigos del Facebook. Ya recelo de los que un día me mandan cientos de wasaps, y al día siguiente ni siquiera me dan los buenos días. Estoy muy desorientada, doctor. No sé si es que no los trato bien, si es que no les doy lo que solicitan de mí, pero cada vez estoy más confusa.
-        ¿Tiene alguno fiel a usted?, ¿algún amigo o amiga que la salude todos los días?, ¿alguna persona con la que pueda compartir su tiempo?
-        Sí, -contestó apasionada la dama- claro que los hay, incluso existen  muchos que me aman en silencio y que son unos incondicionales míos; pero algunos de esos amigos, en algún momento, desaparecen de la circulación y no vuelvo a saber nada de ellos o de ellas; no sé dónde se esconden, pero desaparecen.
-        Continúe, señora  sugirió el doctor.
-        Pues como le iba diciendo, tengo la sensación de que algo no va bien.
-        Sea más concreta – inquirió el doctor.
-        Para muestra, un botón: hay un amigo que por motivos de la vida me lo encontré un día en la cafetería “las Torres”, la de la plaza, tomando café a mi lado, y después de un rato de observarnos mutuamente (me miraba como si le diera miedo o le infundiera mucho respeto), entablamos conversación. Empezó a contarme que su madre acababa de fallecer y no estaba bien, la había cuidado durante los dos años y medio que duró la enfermedad hasta el mismo día de su muerte. Yo intenté consolarle un poco dentro de mis posibilidades. El hombre no estaba bien, esa es la verdad; y yo, como tengo esta forma de ser, me dio pena. Me relató que tenía que acudir él también al médico porque había dejado pasar las citas una y otra vez; y, como le digo, me ofrecí a acompañarlo a la consulta. Hemos entablado una amistad sincera, cuando me necesita me llama por teléfono y contacta conmigo por las redes sociales y hablamos casi todos los días.
-        Y ¿cuál es el problema en este caso? - inquirió el doctor.
-        Pues que temo que pase lo que me pasa con todos con los que quieren que nuestra relación sea larga y duradera en el tiempo: que un día determinado se marchan y no vuelven a aparecer por ningún lado.
-        La verdad es que eso me está intrigando. ¡Continúe, por favor!
-        Hay otros amigos y amigas que solo me llaman cuando les conviene, cuando me necesitan, cuando son necesarias mis palabras para aclarar sus pensamientos o para descubrirles nuevos caminos. Éstos, después de que se les soluciona el problema, dejan de hablarme; en algunos casos, por mucho tiempo. Yo necesito amigos y amigas que estén conmigo, que me propongan cosas para hacer en común, para que me reciban en su casa y me den de vez en cuando un café, y ¿por qué no? Si se hace tarde, dormir con ellos o con ellas si se tercia.
-        Entonces, señora, usted busca la compañía de estas personas porque se siente sola ¿no?
-        En cierto modo, sí. No me gusta estar sola; mejor dicho, no puedo estar sola, necesito contar con alguien siempre a mi lado que me dé compañía, que converse conmigo, que me cuente sus penas (me gusta ser paño de lágrimas), que duerma conmigo, que me abrace, que sienta mi presencia; en suma, que esté siempre junto a mí. Hay otros a los que les aterra hasta que me acerque a ellos. Tan fea no soy, ¿verdad? pues les da pánico tenerme al lado. Si por un casual coincidimos en una reunión, en una salida, en un bar, se retiran raudos de mi lado y van a buscar la compañía de otros u otras amigas, dejándome abandonada en un rincón.
Por eso le digo: yo no me comporto diferente con nadie, actúo igual con todos los que se acercan a mí o con todos a los que conozco. Jamás he tratado a nadie de un modo diferente a otra persona.
-        Usted debe comprender que cada persona tiene una química diferente. -continuó el doctor- No puede caerle bien a todo el mundo, ni mal tampoco, por supuesto. Le puede gustar más a unas personas que a otras. Unos querrán estar más con usted y otros menos; esto es ley de vida. Lo comprende, ¿no?.
-        Yo le entiendo perfectamente, pero yo necesito tener muchos amigos, sentirme valorada, necesito… –más le diría yo- agobiarme con las llamadas y visitas de todos, quiero ser continuamente molestada, quiero que me pidan constantemente consejo, que reflexionen conmigo, que se peguen a mí durante las veinticuatro horas del día, necesito…
-        ¡Un momento, por favor! -espetó el doctor- Tranquilícese, señora.
Se había puesto un poco nerviosa, y había perdido la serenidad que le había caracterizado desde que entró en la consulta. Las manos empezaron a humedecérsele por el nerviosismo que había empezado a sentir. El doctor se dio rápidamente cuenta de ello y le habló con voz pausada…
-        Tranquilícese, se lo ruego señora. Solo hay una cosa en esta vida que no tiene solución. El resto, todo es factible de cambio, y, por lo que estoy escuchando, la base de su preocupación es compartida, parte de la responsabilidad es de usted y parte de los que se le acercan.
Creo en primer lugar que usted, a las personas que se le acerquen, desde primera hora les debería desvelar su personalidad, confesarles cómo es usted, a qué se dedica, qué espera de cada uno de ellas y de ellos, y el que se quiera quedar que se quede, así evitará huidas despavoridas y desapariciones bruscas. Durante la relación con sus amistades debe tomar conciencia de no ser agobiante, de no querer acaparar el tiempo de los demás todo para usted. En cierto modo conseguirá más conocidos, aunque tenga que repartir menos tiempo con cada uno. Tomar la determinación de no obligar a nadie con su compañía, conocer quién quiere y quién no quiere acompañarla, quién la necesita y quién no, y, por supuesto, aprender definitivamente que una relación no tiene por qué ser para toda la vida. En siguientes días le pondré pautas de comportamiento para que pueda hacer frente a estos cambios que le propongo, y espero que le vayan bien a sus necesidades.
-        ¿Me enseñarán estos cambios de actitud a afrontar la vida de distinta forma? Ya le he dicho anteriormente que no quiero estar sola, que necesito estar rodeada de mucha gente.
-        Los cambios de la personalidad son difíciles, pero los cambios de actitud ante los avatares de la vida sumados a la personalidad de cada uno sí son factibles. Lo primero que debe aceptar, y es la tarea para esta primera semana, es que no puede obligar a nadie a estar con usted, no puede imponer su amistad o compañía a ninguna persona sin su petición o consentimiento, ni tampoco puede acaparar todas las horas del día de nadie. Si no, no podrá evitar que desaparezcan, ¿entendido? (
La dama se mesó los cabellos y reclinó su cabeza dulcemente sobre la orejera izquierda del sillón. Tras la excitación de hacía un momento, ya había vuelto a la serenidad con la que había hecho acto de presencia en la consulta.
El doctor se encasquetó las gafas para escribir en la ficha del ordenador las conclusiones de la primera visita, mientras ella mantenía los ojos cerrados en el olvido.
Cuando concluyó sus anotaciones, comentó:
-        Está bien. Verá cómo consigue lo que le he propuesto y recuerde… Nadie necesita de su compañía. Caso de que sí, que la busque; pero usted evite buscar a nadie. ¿Entendido?
Ella irguió su figura abriendo sus bellos ojos negros y miró al doctor a los suyos; lo miró con esa calidez profunda con la que ella conquistaba a los hombres, y a las mujeres, y un escalofrío recorrió la espina dorsal del psiquiatra.
Una sensación negativa y a la vez acogedora le había invadido con esa mirada, una sensación que algunas veces había sentido, pero que no podía determinar.
Se levantó como si le impulsara un resorte y alargó su mano para que su paciente se incorporara del asiento.
También el tacto le resultó familiar, y le invadió de nuevo esa sensación de inseguridad, nostalgia y un poco de miedo.
-        Encantando de conocerla, espero verla por aquí el próximo lunes por la mañana.
-        Igualmente, doctor Cabrera. Gracias por su amabilidad, y le garantizo que pondré en práctica todos sus consejos.
-        Le acompaño a la salida.
El doctor, le abrió la puerta de la consulta y la invitó a salir y se despidió de ella diciendo:
-        Por favor deje sus datos a la enfermera para que le anote la cita de la próxima semana, buenos días.
-        Buenos días y hasta el lunes.- respondió la dama.
Siguió adelante por el pasillo hasta que se encontró de frente con una mesita alta donde la enfermera tomaba notas y cogía el teléfono.
-        ¿Qué tal le ha ido, señora?
-        Bien, estoy satisfecha; por cierto, me ha dicho que me dé cita para el lunes que viene.
-        Cómo no, ahora mismo -contestó la enfermera.
-        ¿Su nombre?
-        Mi nombre es Soledad, querida.


                           © José Manuel Bou. Febrero 2015.