Me
despierto, un poco desconcertado, en el transcurso de la madrugada; no enciendo
la lamparilla de la mesita de noche para evitar despertar a mi Manoli; utilizo,
como otras muchas veces, la luz que proyecta la pantalla de mi móvil. Casi a
oscuras, me dirijo a la cocina para procurarme un trago de agua fresca de la
nevera, me empino la pequeña botella que tengo para ese efecto; y seguidamente,
accedo al baño para descargar un poco de líquido, de ese mismo, que hace un
momento he consumido.
Como
dice el genial Manu Sánchez, en uno de sus famosos monólogos, pululo por el
pasillo de vuelta al dormitorio pulsando “cancelar”, “cancelar”.
Pero
al pasar por la puerta de la salita, en la oscuridad de la noche, escucho una
respiración un poco subida de tono; la lámpara está apagada, el televisor
también, la persiana, al estar casi toda bajada, impide la entrada de luz
procedente de las farolas de la calle.
Como
puedo, y con un poco de miedo, hago un: “cancelar”, “cancelar” , en la puerta
de la salita, vislumbrando en el sillón orejero a mi Manoli sentada frente al
televisor en los brazos de Morfeo.
Rápidamente
retiro la luz del móvil no vaya a ser, que por mor de la mala suerte, se
despierte y entonces tenga yo la culpa de que no haya dormido en toda la noche.
Me
vuelvo despacio a la cama procurando no tropezar con nada para no hacer ruido,
y me acuesto intentando conciliar de nuevo ese sueño interrumpido por la sed,
las ganas de miccionar, y el susto de mi Manoli en el salón.
Cuando el despertador me avisa, todavía es de noche como todos los días, al acostarme a media madrugada, cerré la puerta de la habitación, y eso me permite encender la luz de la mesilla para vestirme; hice uso de nuevo del tan traído y llevado “cancelar, “cancelar” para llegar hasta el baño, y allí, acicalarme, peinarme, y perfumarme un poco; me gusta oler bien.
Cuando el despertador me avisa, todavía es de noche como todos los días, al acostarme a media madrugada, cerré la puerta de la habitación, y eso me permite encender la luz de la mesilla para vestirme; hice uso de nuevo del tan traído y llevado “cancelar, “cancelar” para llegar hasta el baño, y allí, acicalarme, peinarme, y perfumarme un poco; me gusta oler bien.
Paso
la mañana y parte de la tarde bastante entretenido en el trabajo, este me
permite escuchar la radio y hay dos cosas que no me pierdo si realmente puedo:
la cámara de los balones del Yuyu, y la ventana de Carles Francino, ambos de la
cadena Ser, había estado escuchando el tema que nos ocupa a diario desde hace
meses.
Deseando llegar a casa para descansar los
pies, después de tantas horas de estar sobre ellos en este trabajo que me ha
tocado hacer, abro la puerta de casa, y entro al pasillo; volteo la cabeza
hacia la salita y cuál fue mi sorpresa, al ver a mi Manoli, en la misma
posición que estaba la noche anterior.
Me
acerqué suavemente para posarle un beso en la frente…
-
Buenas
tardes cariño.
-
Buenas
tardes, (me espetó haciéndome con el dedo índice la señal de silencio)
Seguía
en la misma postura que durante la noche anterior, con la persiana semi-bajada
sentada en el butacón y mirando un televisor que seguía apagado.
Empecé
a preocuparme seriamente, algo pasaba, y no era normal esa actitud de mi
Manoli; dejé las llaves en el taquillón de la entrada, la cartera, y las gafas
de sol; cogí una cerveza fresquita de la nevera, y le di un buen trago.
Me
acerqué de nuevo a la salita, todo seguía igual, apoyé el botellín en la mesa y
le dije de nuevo:
-
Cariño
¿estás bien?
-
¿Te
pasa algo Manoli?; me tienes preocupado.
De
nuevo su dedo índice se acerca a su boca y me invita a guardar silencio.
-
¿Pero
Manoli… que estás mirando, si el televisor está apagado?
Pausadamente,
me miró a los ojos, en sus pupilas descubrí un atisbo de locura, la profundidad
de su mirada se perdía en el abismo negro de la pantalla apagada.
Me
volvió a indicar con su dedo que guardara silencio y me dijo:
- ¡LO TENGO APAGADO PORQUE SI LO ENCIENDO, SALEN!.
Como
decía mi madre hace mucho tiempo: ¡Que hartura padre cura!.
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