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miércoles, 11 de enero de 2017

LA CONSULTA.

Los escalones blancos de mármol, desgastados por el transcurso del tiempo y los pasos de los pacientes, recibían en su regazo las pisadas suaves pero decididas de los tacones de aguja de la dama vestida de negro que ya se acercaba al descansillo.
Con su delicado dedo pulsó el timbre de la consulta del doctor Cabrera. El silencio de la escalera se vio interrumpido por el ding-dong de detrás de la puerta blindada por la que se accedía a la consulta del afamado  psiquiatra.
Le abrió paso una enfermera dulce y muy guapa, de ojos verdes y sagaces….
-        Pase usted, señora, adelante, el doctor Cabrera la está esperando.
Muy elegante, fue avanzando por el pasillo, como si fuera flotando por entre las paredes hasta llegar al despacho del doctor.
-        ¡Buenos días! ¿Qué tal está? Encantado de saludarla – comentó el doctor.
Ella se quedó unos segundos analizando la composición de la sala: la lámpara baja que iluminaba la estancia desde la mesa del despacho; las pesadas cortinas burdeos que flanqueaban el balcón; la estantería repleta de libros y más libros, la mayoría con tratados o referencias a la psiquiatría o psicología; un cuadro enorme de Sigmund Freud y la lámpara de lágrimas que colgaba del techo.
-        Buenos días - saludó la señora con su dulce voz.
-        Tome asiento y relájese. Y, por favor, cuénteme qué la trae por mi consulta.
La señora se asentó en el confortable sillón de orejeras tapizado de cuero marrón que se ubicaba frente a la mesa de caoba, por la que el doctor asomaba su corpulenta  figura; y se puso cómoda antes de empezar a hablar.
Tomó aliento, como si estuviera en esos segundos haciendo examen en su memoria de todo lo que tenía que contar al psiquiatra en aquella mañana fría de invierno.
-        Usted dirá que le trae por aquí.- empezó el doctor- Yo estoy aquí para ayudarla en todo lo que pueda. Dígame ¿Qué le pasa?
-        Le diré la verdad.-empezó a contar con su voz suave- Yo personalmente no tengo ningún problema; más bien, los problemas se hacen latentes con mis amigos. Tengo muchos amigos; y mi relación con ellos es muy variopinta, pero siento una sensación de desasosiego por cómo me tratan, cómo se comportan conmigo, cómo reaccionan ante mi presencia y eso, doctor Cabrera, es lo que me preocupa. Me intranquiliza la diferente forma en la que me trata la misma persona, me inquietan los amigos que me reclaman para que esté con ellos si están mal y de la noche a la mañana me borran de su lista de amigos del Facebook. Ya recelo de los que un día me mandan cientos de wasaps, y al día siguiente ni siquiera me dan los buenos días. Estoy muy desorientada, doctor. No sé si es que no los trato bien, si es que no les doy lo que solicitan de mí, pero cada vez estoy más confusa.
-        ¿Tiene alguno fiel a usted?, ¿algún amigo o amiga que la salude todos los días?, ¿alguna persona con la que pueda compartir su tiempo?
-        Sí, -contestó apasionada la dama- claro que los hay, incluso existen  muchos que me aman en silencio y que son unos incondicionales míos; pero algunos de esos amigos, en algún momento, desaparecen de la circulación y no vuelvo a saber nada de ellos o de ellas; no sé dónde se esconden, pero desaparecen.
-        Continúe, señora  sugirió el doctor.
-        Pues como le iba diciendo, tengo la sensación de que algo no va bien.
-        Sea más concreta – inquirió el doctor.
-        Para muestra, un botón: hay un amigo que por motivos de la vida me lo encontré un día en la cafetería “las Torres”, la de la plaza, tomando café a mi lado, y después de un rato de observarnos mutuamente (me miraba como si le diera miedo o le infundiera mucho respeto), entablamos conversación. Empezó a contarme que su madre acababa de fallecer y no estaba bien, la había cuidado durante los dos años y medio que duró la enfermedad hasta el mismo día de su muerte. Yo intenté consolarle un poco dentro de mis posibilidades. El hombre no estaba bien, esa es la verdad; y yo, como tengo esta forma de ser, me dio pena. Me relató que tenía que acudir él también al médico porque había dejado pasar las citas una y otra vez; y, como le digo, me ofrecí a acompañarlo a la consulta. Hemos entablado una amistad sincera, cuando me necesita me llama por teléfono y contacta conmigo por las redes sociales y hablamos casi todos los días.
-        Y ¿cuál es el problema en este caso? - inquirió el doctor.
-        Pues que temo que pase lo que me pasa con todos con los que quieren que nuestra relación sea larga y duradera en el tiempo: que un día determinado se marchan y no vuelven a aparecer por ningún lado.
-        La verdad es que eso me está intrigando. ¡Continúe, por favor!
-        Hay otros amigos y amigas que solo me llaman cuando les conviene, cuando me necesitan, cuando son necesarias mis palabras para aclarar sus pensamientos o para descubrirles nuevos caminos. Éstos, después de que se les soluciona el problema, dejan de hablarme; en algunos casos, por mucho tiempo. Yo necesito amigos y amigas que estén conmigo, que me propongan cosas para hacer en común, para que me reciban en su casa y me den de vez en cuando un café, y ¿por qué no? Si se hace tarde, dormir con ellos o con ellas si se tercia.
-        Entonces, señora, usted busca la compañía de estas personas porque se siente sola ¿no?
-        En cierto modo, sí. No me gusta estar sola; mejor dicho, no puedo estar sola, necesito contar con alguien siempre a mi lado que me dé compañía, que converse conmigo, que me cuente sus penas (me gusta ser paño de lágrimas), que duerma conmigo, que me abrace, que sienta mi presencia; en suma, que esté siempre junto a mí. Hay otros a los que les aterra hasta que me acerque a ellos. Tan fea no soy, ¿verdad? pues les da pánico tenerme al lado. Si por un casual coincidimos en una reunión, en una salida, en un bar, se retiran raudos de mi lado y van a buscar la compañía de otros u otras amigas, dejándome abandonada en un rincón.
Por eso le digo: yo no me comporto diferente con nadie, actúo igual con todos los que se acercan a mí o con todos a los que conozco. Jamás he tratado a nadie de un modo diferente a otra persona.
-        Usted debe comprender que cada persona tiene una química diferente. -continuó el doctor- No puede caerle bien a todo el mundo, ni mal tampoco, por supuesto. Le puede gustar más a unas personas que a otras. Unos querrán estar más con usted y otros menos; esto es ley de vida. Lo comprende, ¿no?.
-        Yo le entiendo perfectamente, pero yo necesito tener muchos amigos, sentirme valorada, necesito… –más le diría yo- agobiarme con las llamadas y visitas de todos, quiero ser continuamente molestada, quiero que me pidan constantemente consejo, que reflexionen conmigo, que se peguen a mí durante las veinticuatro horas del día, necesito…
-        ¡Un momento, por favor! -espetó el doctor- Tranquilícese, señora.
Se había puesto un poco nerviosa, y había perdido la serenidad que le había caracterizado desde que entró en la consulta. Las manos empezaron a humedecérsele por el nerviosismo que había empezado a sentir. El doctor se dio rápidamente cuenta de ello y le habló con voz pausada…
-        Tranquilícese, se lo ruego señora. Solo hay una cosa en esta vida que no tiene solución. El resto, todo es factible de cambio, y, por lo que estoy escuchando, la base de su preocupación es compartida, parte de la responsabilidad es de usted y parte de los que se le acercan.
Creo en primer lugar que usted, a las personas que se le acerquen, desde primera hora les debería desvelar su personalidad, confesarles cómo es usted, a qué se dedica, qué espera de cada uno de ellas y de ellos, y el que se quiera quedar que se quede, así evitará huidas despavoridas y desapariciones bruscas. Durante la relación con sus amistades debe tomar conciencia de no ser agobiante, de no querer acaparar el tiempo de los demás todo para usted. En cierto modo conseguirá más conocidos, aunque tenga que repartir menos tiempo con cada uno. Tomar la determinación de no obligar a nadie con su compañía, conocer quién quiere y quién no quiere acompañarla, quién la necesita y quién no, y, por supuesto, aprender definitivamente que una relación no tiene por qué ser para toda la vida. En siguientes días le pondré pautas de comportamiento para que pueda hacer frente a estos cambios que le propongo, y espero que le vayan bien a sus necesidades.
-        ¿Me enseñarán estos cambios de actitud a afrontar la vida de distinta forma? Ya le he dicho anteriormente que no quiero estar sola, que necesito estar rodeada de mucha gente.
-        Los cambios de la personalidad son difíciles, pero los cambios de actitud ante los avatares de la vida sumados a la personalidad de cada uno sí son factibles. Lo primero que debe aceptar, y es la tarea para esta primera semana, es que no puede obligar a nadie a estar con usted, no puede imponer su amistad o compañía a ninguna persona sin su petición o consentimiento, ni tampoco puede acaparar todas las horas del día de nadie. Si no, no podrá evitar que desaparezcan, ¿entendido? (
La dama se mesó los cabellos y reclinó su cabeza dulcemente sobre la orejera izquierda del sillón. Tras la excitación de hacía un momento, ya había vuelto a la serenidad con la que había hecho acto de presencia en la consulta.
El doctor se encasquetó las gafas para escribir en la ficha del ordenador las conclusiones de la primera visita, mientras ella mantenía los ojos cerrados en el olvido.
Cuando concluyó sus anotaciones, comentó:
-        Está bien. Verá cómo consigue lo que le he propuesto y recuerde… Nadie necesita de su compañía. Caso de que sí, que la busque; pero usted evite buscar a nadie. ¿Entendido?
Ella irguió su figura abriendo sus bellos ojos negros y miró al doctor a los suyos; lo miró con esa calidez profunda con la que ella conquistaba a los hombres, y a las mujeres, y un escalofrío recorrió la espina dorsal del psiquiatra.
Una sensación negativa y a la vez acogedora le había invadido con esa mirada, una sensación que algunas veces había sentido, pero que no podía determinar.
Se levantó como si le impulsara un resorte y alargó su mano para que su paciente se incorporara del asiento.
También el tacto le resultó familiar, y le invadió de nuevo esa sensación de inseguridad, nostalgia y un poco de miedo.
-        Encantando de conocerla, espero verla por aquí el próximo lunes por la mañana.
-        Igualmente, doctor Cabrera. Gracias por su amabilidad, y le garantizo que pondré en práctica todos sus consejos.
-        Le acompaño a la salida.
El doctor, le abrió la puerta de la consulta y la invitó a salir y se despidió de ella diciendo:
-        Por favor deje sus datos a la enfermera para que le anote la cita de la próxima semana, buenos días.
-        Buenos días y hasta el lunes.- respondió la dama.
Siguió adelante por el pasillo hasta que se encontró de frente con una mesita alta donde la enfermera tomaba notas y cogía el teléfono.
-        ¿Qué tal le ha ido, señora?
-        Bien, estoy satisfecha; por cierto, me ha dicho que me dé cita para el lunes que viene.
-        Cómo no, ahora mismo -contestó la enfermera.
-        ¿Su nombre?
-        Mi nombre es Soledad, querida.


                           © José Manuel Bou. Febrero 2015.








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