Había una vez un granjero que
se apellidaba “Paíx”, tenía una vaca muy bonita, tan bonita que todos los demás
granjeros de la región estaban enamorados de ella. Estaba bien criada, rolliza,
mucha yerba para comer, sol, agua, todo estaba a su favor. La vaca se llamaba “Apáña”.
Esta vaca tenía dos terneritos a los que estaba amamantando con sus enormes
ubres.
Las ubres estaban repletas de
leche y eso se notaba en los terneros; si bien “Tico” era mucho más
hambrón que “Dano”, había leche suficiente para ambos y sobraba para alimentar
a una ternerilla sin madre (que murió ahogada en la alberca) y a la que
bautizaron como “Grante”.
La vida marchaba feliz en la
granja ya que “Paíx” no tenía problemas, y todos estaban contentos.
Pero ese verano vino con los
cables cruzados, un sol aterrador y poca agua; el pasto se secó rápidamente, y
el agua del riachuelo se evaporó a gran velocidad ya que el desmorone de una
construcción impedía el paso del agua desde el río principal.
Las cosas empezaron a ir mal,
“Apáña” tenía menos comida y menos agua y por tanto su producción de leche
empezó a disminuir. “Tico” no
perdonaba su ración doble, “Dano” tampoco perdonaba la suya y la que sufrió las
consecuencias fue “Grante”. Cada vez quedaba menos leche para ella, no había
pasto (si nó hubiera podido comer de él) y se llevaba el día vagando por el
campo, de granja en granja buscando algo que comer; hasta que los otros
granjeros cercaron sus fincas con vallas impidiendo el paso de “Grante” para que
por lo menos pudiera alimentarse.
“Paíx” ya no tenía leche que
vender para comprar un poco de pienso para “Apáña”, ésta se alimentaba del poco
pasto y de la poca yerba que crecía a la sombra de los pocos árboles que iban
quedando con hojas en la granja, y claro, cada vez había menos leche.
“Tico” seguía engullendo
su ración sin tener que ver nada con nadie, en este caso ni su hermano de
camada le importaba un pimiento; él a lo suyo. “Dano” empezó a notar que la
leche se acababa más pronto que antes y que su ración empezó a ser menor, “Grante”
desapareció camino de otros sitios en los que pudiera habilitarse un poco de
comida, sucumbió lamentablemente atropellada por un camión al intentar cruzar
la autovía para entrar en la gran ciudad.
“Apáña” cada vez estaba más
delgada, “Tico” seguía y seguía degustando su ración de leche sin ninguna
restricción y quien sufría las
consecuencias – como siempre-, era “Dano” ,para el que la ración era cada vez
más reducida.
Cada día “Tico” estaba
más fuerte que “Dano” (se alimentaba mejor) y lo cohibía más, le obligaba a
lamerlo para limpiarle la mierda, si no,
no le daba opción casi ni de acercarse a la ubre de “Apáña”.
Mientras “Paíx” pasó en poco
tiempo, de ser un granjero modelo, a estar mal mirado por sus vecinos y dado el
cariz que estaba tomando su granja empezaron a ayudarlo con el grano que les
sobraba y “Paíx” no se percataba que poco a poco los granjeros de alrededor
terminarían quitándoselo todo, incluso a “Apáña”.
El grano no era suficiente y
nuestra protagonista seguía debilitándose y mientras “Tico” seguía sin
ningún problema, “Dano”, que ya padecía desnutrición, empezó a enfermar, cada
día estaba más débil y viendo (ya era más mayor) que cada vez estaba peor; una
noche se armó de valor y echó a andar carretera adelante, sin saber a dónde
llegaría y abandonó para siempre a “Paíx” y a su madre “Apáña”.
Eso a “Tico” le vino
genial, ¡Toda la teta para él!, disfrutaba todos los días ingiriendo toda la
leche que producía su madre, “Paíx” estaba metido en una espiral sin retorno y “Apáña”
iba de mal en peor. Cada vez producía menos leche y sus reservas eran cada vez
menores, se estaba quedando enclenque y macilenta; casi no se podía tener en
pie pero “Tico” no perdonaba ni una sola toma.
Pasaron los días y “Tico”
se quedó sin teta, sin madre, sin “Apáña” y sin Paíx”, y ya se imaginarán que
le pasó a “Tico”, solo, gordito y bien criado, en medio de una granja con
los lobos que siempre estaban rondando y que “Paíx” mantenía alejados, al no
estar éste ya...
Pues eso.
Moraleja. ¡La avaricia
siempre rompe el saco!.
Todo parecido con la realidad
es pura coincidencia.
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