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lunes, 23 de febrero de 2015

LA NOCHE DE LAS TUMBAS ANTROPOMORFAS.

A Luís se le hizo muy tarde, él dedicaba sus horas de trabajo a visitar salones de belleza por la zona del Campo de Gibraltar.
Había tenido que esperar mucho tiempo a que la empresaria de su última visita, terminara de atender a su postrera clienta, una larga espera que no había sido para nada fructífera, más bien le había costado el dinero la invitación a café.
Eso hizo que Luís volviera de regreso a casa ya de noche cerrada, tan cerrada  que la luna y las estrellas se habían escondido, como si se las hubiera tragado la niebla, y de frente sólo atisbaba una densa cortina blanca que el Renault Fluence de Luís  iba cortando forzadamente por el camino de vuelta.
La ruta era sinuosa y estrecha, por ella se accede a la carretera nacional que le llevaría a su residencia en Algeciras.
Ese largo y sinuoso camino estaba bastante mal señalizado, sobre todo a la altura de la meseta de las tumbas antropomorfas.
Él sabía que estaba pasando cerca de las tumbas, y aunque no podía verlas tras la cortina de la blanca nebulosa, se las imaginaba allí yacentes, impertérritas, milenarias.
Los grandes molinos blancos de viento que estaban sembrados en la colina del viento, más adelante, parecían fantasmas que movían los brazos advirtiendo a Luís un no se qué........movían los bazos furiosamente, como queriéndose quitar de encima la pesada losa blanca que se cernía sobre sus cabezas.
Nuestro protagonista conocía bastante bien la zona, pero la luz de los faros se reflejaba demasiado cerca, en la nube de niebla blanca que engullía el coche a cada metro, y que no dejaba a Luís ver más allá de un palmo: el cristal del auto empañado por el vaho y el calor interno del habitáculo, tampoco ayudaban mucho a la visión.
Un poco más adelante del yacimiento de las tumbas antropomorfas, y en una curva cerrada, la rueda delantera derecha del coche cayó a la gavia que bordea el arcén y que sirve para que el agua de la meseta baje bordeando las carreteras hasta el mar.
- ¡MALDITA SEA!
 Espetó Luís.
-¡CÓMO ES POSIBLE?
Si el día había ido mal, Luis no tenía ni idea de los que le esperaba, todavía no había empezado ni por asomo lo peor, y si no.......
Intentó desesperadamente de sacar el vehículo marcha atrás, para ver si podía salir del agujero, pero le resultó imposible.
Para colmo, empezó a llover; una tormenta con aparato eléctrico, que casi disipó la niebla, y sembró una bruma fría, acompañada de grandes avalanchas de agua.
El cielo lloraba abundantemente y cada vez la climatología hace presagiar cosas peores conforme iba pasando el tiempo.
Luís, bajó del coche para ver cómo estaba la rueda y mirar si tenía más daños; pero no recordó que tenía la mala costumbre de llevar el móvil en el bolsillo superior de la chaqueta - cosa común en muchos hombres- por lo que su única posible conexión con cualquier tipo de ayuda, se esfumó navegando por la corriente de la gavia camino de la carretera nacional.
Hasta donde estaba, llegaban lastimeros los aullidos y ladridos de los perros que andaban sueltos por entre el grupo de casas que preside la colina de las tumbas, reclamando algo que Luís no llegaba a comprender.
La situación estaba cada vez más difícil; el llanto del cielo estaba calándolo, y ni su coche,  ni su móvil podían hacer nada para ayudarlo.
Se le pasó por la mente esperar dentro del auto a que algún alma errante pasara por allí, cosa que se le antojaba bastante improbable, pero ya estaba lo suficientemente mojado para decidir no quedarse dentro; tomó la determinación de echar a andar carretera abajo para ver si podía encontrar a alguien que lo ayudara; y la noche, la oscura noche seguía de mal en peor.
- ¿QUÉ MÁS VA A PASAR?
Suspiraba mirando al cielo.
Noche negra y brumosa; lluvia incesante y relámpagos como única luz en la tenebrosa oscuridad; esos relámpagos hacían aparecer siluetas, a lo lejos, de los molinos de viento modernos, que se asemejan a gigantes con los brazos abiertos; y los perros..... y los perros que seguían ululando a lo lejos como si de lobos se tratase.
- NO HAY MÁS REMEDIO.
Se dijo Luís; se subió el cuello de la chaqueta, se arropó como pudo, y empezó a caminar por la tierra del borde de la carretera.
Los relámpagos seguían acercando cada vez más los molinos de viento a los llorosas gafas de Luís, y los malditos perros, parecían como si se acercaran cada vez más.
Caminaba lentamente, mirando a sus espaldas y al frente, buscando desesperadamente ayuda; pero sólo encontraba respuesta de los truenos lejanos de la tormenta, que poco a poco también lo abandonaba.
Pasó muy poco tiempo y ya tenía los pies tumefactos del frío y del agua; los zapatos eran de llamados “de vestir”, y le protegían más bien poco de la humedad y lo gélido del ambiente.
Una de las veces que volvió la mirada hacia atrás esperando ver a los perros, cuyos ladridos cada vez se acercaban más, divisó una luz blanca que se acercaba muy despacio, como flotando por encima del asfalto; no eran faros de un coche, más bien parecía una pequeña caravana con las luces de dentro encendidas pero sin ningún vehículo que tirara de ella, lo que se dirigía hacia él.
Por su cabeza pasaron en un segundo mil cosas, no podía apartar la mirada de esa luz que sigilosamente lo abordaba, en silencio, muy despacio.
Decidió esperar a ver qué pasaba, pero en ese momento los perros dejaron de ladrar, la lluvia se esfumó y los relámpagos se perdieron en la lejanía, sólo quedó la bruma, otra vez esa espesa bruma.....
Cuando Luís pudo ver a través de la niebla qué se acercaba, cuando pudo sentir lo que se le aproximaba, no pudo dar crédito.
- JODER, ¡QUÉ MÁS VA A PASAR ESTA NOCHE?
Un autobús llegaba en silencio, rodando despacio y se acercaba a donde Luís lo miraba anonadado; no sonaban motores, no lucían faros, sólo las luces fluorescentes de emergencia del techo del bus subsistían, iluminando la noche.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, estaba calado hasta los huesos, tenía frío, los pies mojados, y además ahora, había empezado a sentir miedo.
Por su mente pasaron cientos de escenas de películas de terror, a las que era muy aficionado, el autobús se acercaba cada vez más y las puertas abiertas del mismo le incitaban a subir.
Con las gafas empapadas por el agua, asomó la cabeza dentro del autobús y no vio a nadie, ni conductor, ni pasajeros, ni nadie; sólo la luz tenue que emitía el letrero de SALIDA DE EMERGENCIA, y eso es lo que tenía que haber hecho, salir de emergencia....
Estaba nervioso, indeciso, porque el frio y el miedo le atenazaban las articulaciones y los pensamientos, pero estaba tan cerca la entrada para un cobijo que no tenía más remedio que tomar una decisión.
- SI NO ME CONVIENE, SALTO, ME BAJO Y LO DEJO SEGUIR.
Se dijo, y saltó como pudo al pescante del bus y subiendo los escalones se adentró por el pasillo débilmente iluminado.
Los acogedores asientos de alto respaldo lo invitaban a sentarse, estaba muy cansado, pero el miedo podía al cansancio; se adentró hasta la cocina, pero siguió sin ver a nadie; cada minuto que pasaba, le aterraba más el hecho de que un autobús anduviera en solitario por una carretera local, despacio y en silencio.
Paseó nervioso desde la cocina hasta el metacrilato que delimita el espacio del conductor, pero no había nadie; pudo observar que el volante se balanceaba de derecha a izquierda... pero sin una mano que lo impulsara.
Creía ver entrar a los perros por las puertas abiertas, imaginaba asesinos que estaban escondidos tras los asientos para apuñalarlo, y ¿por qué no? extraterrestres que lo abducirían hacia su nave espacial; ciertamente creía ver todas esas cosas que no existen en realidad , pero que se suelen ver siempre que el miedo se instala en nuestro cerebro.
Pero....... el cansancio y el frío pudieron más que el miedo.......
Sin pensarlo más, se despojó de la chaqueta pesada y húmeda, y se dejó caer en uno de los asientos azul oscuro de alto respaldo en el centro del autobús.
Escuchaba ruidos demasiado extraños, parecía como si presos arrastraran sus pies por la grava con los tobillos abrazados por pesados grilletes; oía respiraciones agitadas, y algún que otro grito ahogado y lastimero; también oía el silencio, un silencio que se había instalado en sus sentidos; ya desaparecieron los truenos, los ladridos, el viento, el ruido que hacen al caer las gotas de lluvia, y eso le producía más miedo; seguía teniendo miedo.... mucho miedo; mas sobre su cabeza cayó como una pesada losa el cansancio y sólo le dio tiempo a cerrar sus ojos y abandonarse a su suerte.....
-QUE SEA LO QUE DIOS QUIERA QUE SEA....
Y se quedó dormido.
El sueño, fue lo suficientemente oscuro para nublar el alma de Luis, que intentaba acomodarse bien en el asiento del autobús acurrucándose para poder entrar en calor, necesitaba el calor, secarse, dormir un poco y que su miedo se esfumara.
En un corto sueño, la dama negra, la señora muerte con su túnica y capucha oscura y su guadaña, entraba despacio y en silencio por la puerta trasera del autobús.
No sabía cómo había podido entrar, ya que la puerta debería estar cerrada, pero lo cierto y verdad, es que se adentró en el bus.
Se acercaba lentamente hacia el asiento donde Luís soñaba despierto, o se despertaba soñando.....
El halo de frío que la envolvía hizo sentir a Luis un repelús de frío que lo sacudió en su asiento, mientras que una huesuda y fría mano iba a plantarse agresiva sobre el hombro izquierdo de nuestro protagonista.
Cuando Luís sintió la humedad fría de los dedos huesudos sobre su hombro, despertó súbitamente del duermevela en el que se encontraba y gritó suplicando...
-¡NO, POR FAVOR, NO ME LLEVE!, ¡NO ME HAGA DAÑO!; YO SÓLO QUERÍA COBIJARME DE ESTA MALDITA NOCHE, SE LO SUPLICO, NO ME HAGA DAÑO POR FAVOR.
Gritó Luis despavoridamente abriendo los ojos de par en par y quedándose perplejo por lo que contemplaban.
-¿COBIJARME?, ¿DAÑO?
¡QUÉ COÑO! , TÚ A EMPUJAR COMO TODO EL  MUNDO, ¡COJONES!, QUE HACE MÁS DE DOS HORAS QUE NOS HEMOS QUEDADO SIN GAS OIL.
Estas fueron las últimas palabras que escuchó Luis antes de que le diera un ataque de nervios.
FIN.


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