A Luís
se le hizo muy tarde, él dedicaba sus horas de trabajo a visitar salones de
belleza por la zona del Campo de Gibraltar.
Había
tenido que esperar mucho tiempo a que la empresaria de su última visita,
terminara de atender a su postrera clienta, una larga espera que no había sido
para nada fructífera, más bien le había costado el dinero la invitación a café.
Eso
hizo que Luís volviera de regreso a casa ya de noche cerrada, tan cerrada que la luna y las estrellas se habían
escondido, como si se las hubiera tragado la niebla, y de frente sólo atisbaba una
densa cortina blanca que el Renault Fluence de Luís iba cortando forzadamente por el camino de
vuelta.
La ruta
era sinuosa y estrecha, por ella se accede a la carretera nacional que le
llevaría a su residencia en Algeciras.
Ese
largo y sinuoso camino estaba bastante mal señalizado, sobre todo a la altura
de la meseta de las tumbas antropomorfas.
Él
sabía que estaba pasando cerca de las tumbas, y aunque no podía verlas tras la
cortina de la blanca nebulosa, se las imaginaba allí yacentes, impertérritas,
milenarias.
Los
grandes molinos blancos de viento que estaban sembrados en la colina del
viento, más adelante, parecían fantasmas que movían los brazos advirtiendo a
Luís un no se qué........movían los bazos furiosamente, como queriéndose quitar
de encima la pesada losa blanca que se cernía sobre sus cabezas.
Nuestro
protagonista conocía bastante bien la zona, pero la luz de los faros se
reflejaba demasiado cerca, en la nube de niebla blanca que engullía el coche a
cada metro, y que no dejaba a Luís ver más allá de un palmo: el cristal del
auto empañado por el vaho y el calor interno del habitáculo, tampoco ayudaban
mucho a la visión.
Un
poco más adelante del yacimiento de las tumbas antropomorfas, y en una curva
cerrada, la rueda delantera derecha del coche cayó a la gavia que bordea el
arcén y que sirve para que el agua de la meseta baje bordeando las carreteras
hasta el mar.
-
¡MALDITA SEA!
Espetó Luís.
-¡CÓMO
ES POSIBLE?
Si el
día había ido mal, Luis no tenía ni idea de los que le esperaba, todavía no había
empezado ni por asomo lo peor, y si no.......
Intentó
desesperadamente de sacar el vehículo marcha atrás, para ver si podía salir del
agujero, pero le resultó imposible.
Para
colmo, empezó a llover; una tormenta con aparato eléctrico, que casi disipó la
niebla, y sembró una bruma fría, acompañada de grandes avalanchas de agua.
El
cielo lloraba abundantemente y cada vez la climatología hace presagiar cosas
peores conforme iba pasando el tiempo.
Luís,
bajó del coche para ver cómo estaba la rueda y mirar si tenía más daños; pero
no recordó que tenía la mala costumbre de llevar el móvil en el bolsillo
superior de la chaqueta - cosa común en muchos hombres- por lo que su única
posible conexión con cualquier tipo de ayuda, se esfumó navegando por la
corriente de la gavia camino de la carretera nacional.
Hasta
donde estaba, llegaban lastimeros los aullidos y ladridos de los perros que
andaban sueltos por entre el grupo de casas que preside la colina de las tumbas,
reclamando algo que Luís no llegaba a comprender.
La
situación estaba cada vez más difícil; el llanto del cielo estaba calándolo, y
ni su coche, ni su móvil podían hacer
nada para ayudarlo.
Se le
pasó por la mente esperar dentro del auto a que algún alma errante pasara por
allí, cosa que se le antojaba bastante improbable, pero ya estaba lo suficientemente
mojado para decidir no quedarse dentro; tomó la determinación de echar a andar
carretera abajo para ver si podía encontrar a alguien que lo ayudara; y la
noche, la oscura noche seguía de mal en peor.
- ¿QUÉ
MÁS VA A PASAR?
Suspiraba
mirando al cielo.
Noche
negra y brumosa; lluvia incesante y relámpagos como única luz en la tenebrosa
oscuridad; esos relámpagos hacían aparecer siluetas, a lo lejos, de los molinos
de viento modernos, que se asemejan a gigantes con los brazos abiertos; y los
perros..... y los perros que seguían ululando a lo lejos como si de lobos se
tratase.
- NO
HAY MÁS REMEDIO.
Se
dijo Luís; se subió el cuello de la chaqueta, se arropó como pudo, y empezó a
caminar por la tierra del borde de la carretera.
Los
relámpagos seguían acercando cada vez más los molinos de viento a los llorosas
gafas de Luís, y los malditos perros, parecían como si se acercaran cada vez
más.
Caminaba
lentamente, mirando a sus espaldas y al frente, buscando desesperadamente
ayuda; pero sólo encontraba respuesta de los truenos lejanos de la tormenta,
que poco a poco también lo abandonaba.
Pasó muy
poco tiempo y ya tenía los pies tumefactos del frío y del agua; los zapatos
eran de llamados “de vestir”, y le protegían más bien poco de la humedad y lo
gélido del ambiente.
Una de
las veces que volvió la mirada hacia atrás esperando ver a los perros, cuyos
ladridos cada vez se acercaban más, divisó una luz blanca que se acercaba muy
despacio, como flotando por encima del asfalto; no eran faros de un coche, más
bien parecía una pequeña caravana con las luces de dentro encendidas pero sin
ningún vehículo que tirara de ella, lo que se dirigía hacia él.
Por su
cabeza pasaron en un segundo mil cosas, no podía apartar la mirada de esa luz
que sigilosamente lo abordaba, en silencio, muy despacio.
Decidió
esperar a ver qué pasaba, pero en ese momento los perros dejaron de ladrar, la lluvia
se esfumó y los relámpagos se perdieron en la lejanía, sólo quedó la bruma, otra
vez esa espesa bruma.....
Cuando
Luís pudo ver a través de la niebla qué se acercaba, cuando pudo sentir lo que
se le aproximaba, no pudo dar crédito.
- JODER,
¡QUÉ MÁS VA A PASAR ESTA NOCHE?
Un
autobús llegaba en silencio, rodando despacio y se acercaba a donde Luís lo
miraba anonadado; no sonaban motores, no lucían faros, sólo las luces fluorescentes
de emergencia del techo del bus subsistían, iluminando la noche.
Un
escalofrío le recorrió el cuerpo, estaba calado hasta los huesos, tenía frío,
los pies mojados, y además ahora, había empezado a sentir miedo.
Por su
mente pasaron cientos de escenas de películas de terror, a las que era muy
aficionado, el autobús se acercaba cada vez más y las puertas abiertas del mismo
le incitaban a subir.
Con
las gafas empapadas por el agua, asomó la cabeza dentro del autobús y no vio a
nadie, ni conductor, ni pasajeros, ni nadie; sólo la luz tenue que emitía el
letrero de SALIDA DE EMERGENCIA, y eso es lo que tenía que haber hecho, salir
de emergencia....
Estaba
nervioso, indeciso, porque el frio y el miedo le atenazaban las articulaciones
y los pensamientos, pero estaba tan cerca la entrada para un cobijo que no
tenía más remedio que tomar una decisión.
- SI
NO ME CONVIENE, SALTO, ME BAJO Y LO DEJO SEGUIR.
Se
dijo, y saltó como pudo al pescante del bus y subiendo los escalones se adentró
por el pasillo débilmente iluminado.
Los
acogedores asientos de alto respaldo lo invitaban a sentarse, estaba muy
cansado, pero el miedo podía al cansancio; se adentró hasta la cocina, pero
siguió sin ver a nadie; cada minuto que pasaba, le aterraba más el hecho de que
un autobús anduviera en solitario por una carretera local, despacio y en
silencio.
Paseó
nervioso desde la cocina hasta el metacrilato que delimita el espacio del
conductor, pero no había nadie; pudo observar que el volante se balanceaba de
derecha a izquierda... pero sin una mano que lo impulsara.
Creía
ver entrar a los perros por las puertas abiertas, imaginaba asesinos que
estaban escondidos tras los asientos para apuñalarlo, y ¿por qué no?
extraterrestres que lo abducirían hacia su nave espacial; ciertamente creía ver
todas esas cosas que no existen en realidad , pero que se suelen ver siempre
que el miedo se instala en nuestro cerebro.
Pero.......
el cansancio y el frío pudieron más que el miedo.......
Sin
pensarlo más, se despojó de la chaqueta pesada y húmeda, y se dejó caer en uno
de los asientos azul oscuro de alto respaldo en el centro del autobús.
Escuchaba
ruidos demasiado extraños, parecía como si presos arrastraran sus pies por la
grava con los tobillos abrazados por pesados grilletes; oía respiraciones
agitadas, y algún que otro grito ahogado y lastimero; también oía el silencio,
un silencio que se había instalado en sus sentidos; ya desaparecieron los
truenos, los ladridos, el viento, el ruido que hacen al caer las gotas de
lluvia, y eso le producía más miedo; seguía teniendo miedo.... mucho miedo; mas
sobre su cabeza cayó como una pesada losa el cansancio y sólo le dio tiempo a
cerrar sus ojos y abandonarse a su suerte.....
-QUE
SEA LO QUE DIOS QUIERA QUE SEA....
Y se
quedó dormido.
El
sueño, fue lo suficientemente oscuro para nublar el alma de Luis, que intentaba
acomodarse bien en el asiento del autobús acurrucándose para poder entrar en
calor, necesitaba el calor, secarse, dormir un poco y que su miedo se esfumara.
En un
corto sueño, la dama negra, la señora muerte con su túnica y capucha oscura y
su guadaña, entraba despacio y en silencio por la puerta trasera del autobús.
No
sabía cómo había podido entrar, ya que la puerta debería estar cerrada, pero lo
cierto y verdad, es que se adentró en el bus.
Se
acercaba lentamente hacia el asiento donde Luís soñaba despierto, o se
despertaba soñando.....
El
halo de frío que la envolvía hizo sentir a Luis un repelús de frío que lo sacudió en su asiento, mientras que una huesuda y fría mano
iba a plantarse agresiva sobre el hombro izquierdo de nuestro protagonista.
Cuando
Luís sintió la humedad fría de los dedos huesudos sobre su hombro, despertó
súbitamente del duermevela en el que se encontraba y gritó suplicando...
-¡NO,
POR FAVOR, NO ME LLEVE!, ¡NO ME HAGA DAÑO!; YO SÓLO QUERÍA COBIJARME DE ESTA
MALDITA NOCHE, SE LO SUPLICO, NO ME HAGA DAÑO POR FAVOR.
Gritó
Luis despavoridamente abriendo los ojos de par en par y quedándose perplejo por
lo que contemplaban.
-¿COBIJARME?,
¿DAÑO?
¡QUÉ
COÑO! , TÚ A EMPUJAR COMO TODO EL MUNDO,
¡COJONES!, QUE HACE MÁS DE DOS HORAS QUE NOS HEMOS QUEDADO SIN GAS OIL.
Estas fueron
las últimas palabras que escuchó Luis antes de que le diera un ataque de
nervios.
FIN.
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