Érase una vez un país democrático, dividido en autonomías, que citaba a las urnas a los vivientes en los lares de la circunspección.
Érase que, a pocos días de las elecciones, las bocas de los buzones de las casas vomitaban atemorizadas una cantidad ingente de sobres y panfletos de los candidatos a los sillones.
Érase, que nuestro abuelo valiente, se entretuvo en abrir uno por uno, los sobres "descarados", "descarados" porque en algunos sobres había más caras que papel.
-¡Mire usted señor, que es usted muy feo para salir en tantas fotos! (musitaba entre dientes).
Érase que el votante, el verdadero protagonista, extrajo los papiros verdes con el catálogo de personas desconocidas que aspiraban a una "poltronita", porque las poltronas, esas ya tenían los nombres y apellidos tallados en la cabecera de las mismas, salvo sorpresa extrema.
Érase que el humilde elector, después de leer los programas delineados en negro sobre verde, llega a la misma conclusión de siempre:
Todos van a salvar de la ruina a la sanidad pública, todos van a arreglar la educación pública, y todos, digo bien, todos, van a salvar este terruño tan maltratado desde hace ya siglos por la pobreza y el desempleo juvenil; además de salvar las pensiones, y muchas cosas buenas más.
Érase, que el jubilado, que al final era quien junto a otros, ponía a cada uno allá arriba, en ningún sitio leyó que se iban a recortar el 60% de los cargos políticos, entre diputados, asesores, chupópteros y "correveydiles". Tampoco leyó que se fueran a realizar recortes en los emolumentos que percibirán los diputados electos (la mayoría desconocidos); no ya recortar, ni siquiera el compromiso de que no se los van a subir.
Érase una vez que nuestro protagonista coge un rotulador negro, de esos de los gordos; hace un avioncito con cualquiera de esos folletos que han llegado a sus manos en un despilfarro indecente de papel, y dibuja con letra gorda, en las alas: ¡IDOS A LA MIERDA!
El domingo abrió a las nueve menos cuarto de la mañana, de par en par, la ventana de su piso; pausadamente se acercó al dintel, con el avión que había confeccionado mientras realizaba la tan traída y llevada: jornada de reflexión.
El tiempo, incluso se ha aliado con los votantes, la temperatura ha bajado un buen trozo hoy, y nuestro protagonista recibe un beso de fresco mañanero al asomarse a la ventana. Levanta su brazo, curtido por mil batallas, y empuja el volantón apuntando directamente al colegio donde se dirimirá la votación.
El aeroplano de papel sortea ensimismado los recovecos de las ramas de los naranjos de la calle, se eleva con una ínfima racha de aire al llegar a la esquina, y enfila su bajada, directamente hacia la ventana del aula donde se reúnen los cargos de la mesa: presidentes, vicepresidentes, los vocales, los suplentes y todos los interventores de los diferentes partidos concurrentes a las elecciones.
El avión hace un "looping" increíble cerca del techo de la estancia y va a aterrizar en la mismísima mesa.
Todos los asistentes tuvieron la oportunidad de leer el redactado del abuelo con rotulador antes que el avioncillo se autodestruyera emitiendo el sonido estridente de una pedorreta.
Y colorín colorado, este cuento chino de las elecciones autonómicas ha acabado; como otras tantas veces.