La anciana se deslizaba sobre sus negras zapatillas arrastrando un poco los pies; con su andador, ese que le
hab铆an dado nuevo en la Seguridad Social, iba aferrada fuertemente a su
salvador, a ese artefacto que le hac铆a sentirse segura cuando paseaba, y que le
serv铆a de asiento si necesitaba descansar, llevaba su mascarilla, seguramente con
m谩s de cuatro horas de puesta.
Hoy, hab铆a decidido pasear por el parque de la iglesia, aunque era un esfuerzo superior al de todas las jornadas; merec铆a la pena por el simple hecho de deleitarse con los colores irisados de los 谩rboles del paseo, embelesarse con el trino de los pajarillos anidados en sus ramas y observar a lo lejos, ese sembrado de cruces blancas que destacaban por encima de las paredes blancas del cementerio de la parroquia…
-Todav铆a queda un poco lejos.(Pens贸 para s铆)
Cuando lleg贸 a la altura de los bancos de hierro, los que los peques de la escuela hab铆an coloreado cada uno de un color, rememor贸 viejos tiempos en los que iba con su abuela al mismo parque, por el mismo caminito y se sentaba en los mismos bancos para alimentar despacio a las palomas torcaces que se acercaban en busca de alimento.
Mir贸 de soslayo al que estaba pintado de verde y blanco, y se dijo:
- Hace mucho que no me siento en un banco de estos, hoy lo voy a hacer en este.
Busc贸 en la parte de abajo del andador donde llevaba la barrita de pan que hab铆a adquirido hac铆a menos de media hora para el almuerzo, y cort贸 con sus artr铆ticos dedos un trozo, se sent贸 en al banco ayudada por su inseparable y multifac茅tico andador y fue desgranando migaja a migaja el trocito de pan, regando el suelo poco a poco, viendo como las palomas y los pajarillos se iban acercando dubitativos en busca del sustento, hac铆a tanto tiempo que nadie les echaba alimento, que estaban reacios a comer; pero pronto descubrieron que no hab铆a ning煤n tipo de peligro y empezaron a picotear.
Manuela agach贸 la cabeza y la escondi贸 entre sus manos, se sent铆a sola, triste, y por supuesto, dolorida; se agolpaban tantas cosas en la cabeza que…
- ¿Abuela, le pasa algo?
Manuela levant贸 la cabeza lentamente y la descubri贸 frente a ella; era joven, atractiva, con sus mallas verde oliva y su top blanco, llevaba unos cascos con el lado derecho descolgado, unos patines de ruedas en l铆nea y unos ojos agradables, pero no pudo descubrir sus labios porque el carnaval del Covid tambi茅n hab铆a llegado a la cara de la joven…
- Cari帽o, no me pasa nada y me pasa todo.
- Pero…
- ¿Se encuentra mal?
- Estoy triste, si a estar triste se le puede llamar estar mal, estoy mal.
- Vamos mujer, levante la cabeza por favor, ¿Me permite que me siente con usted un ratito?
- Claro hija, claro.
- ¿Puedo ayudarla en algo?
- No hija, desgraciadamente no puedes hacer nada.
- Est谩 bien, pero ¿Me permite que me siente?
- Claro.
La chica se acomod贸 al lado de la anciana, mientras esta segu铆a alimentando a las palomas ella empez贸 a ojear su IPhone despreocupadamente.
Manuela la observaba de reojo, y despu茅s de cinco o seis pitidos correspondientes a otros tantos mensajes de WhatsApp, ya no pudo m谩s...
- Yo tambi茅n tengo uno...
Escudri帽贸 en el bolso negro, aviejado y logr贸 encontrar un m贸vil, antiguo, con el brillo apagado, pero encendido, alerta a cualquier llamada.
- ¿Ves? Es viejito, pero para lo que lo necesito me basta; lo tengo para llamar cuando necesite algo, porque lo que es que me llamen, parece que a mis hijos y mis nietos se les ha borrado mi n煤mero de sus tel茅fonos, viven fuera y hace m谩s de una semana que no se preocupan por contactar conmigo.
Vivo sola, todav铆a me puedo hacer mis cosas, pero cada d铆a me cuesta m谩s trabajo salir adelante; sobrevivo con la paguita de mi marido, con ella: como, pago los peque帽os gastos y medio me visto.
La chica se qued贸 mirando a los tristes ojos de la anciana…
- Es usted una luchadora, veo en sus ojos el reflejo de la lucha, de la necesidad, de la pasi贸n, del dolor, es un sinf铆n de sensaciones los que producen sus iris.
-
Querida
ni帽a:
Nac铆 en plena guerra civil hija, sobrevivimos gracias a un vecino que nos escondi贸 en un zulo hasta que pas贸 lo m谩s gordo; pero despu茅s vino lo peor, la postguerra, el hambre; s铆, mucha hambre. Toda la vida haciendo las cosas de casa, aviando al marido, a los hijos, cuidando a Pepe hasta que se fue, casando a mis hijos, y ahora, cuando necesitaba un poco de paz, viene este maldito bicho a estropearlo todo.
La joven se revolvi贸 en el asiento d谩ndole la cara a Manuela para hablarle de frente.
- No se venga abajo abuela, al final todo saldr谩 bien, si ahora mismo no lo est谩 del todo, es que no ha llegado al final, tranquil铆cese y procure no preocuparse tanto.
Manuela cogi贸 el m贸vil de nuevo, lo sac贸 de esa funda parecida a un calcet铆n tobillero color azul marino, en la que se refugiaba, lo mir贸 fijamente…
- ¡Y este maldito m贸vil sin hacer ni un m铆nimo de ruido!
- ¿Est谩 cargado abuela?
- Siii, todas las noches lo dejo cargando en la mesilla de noche, ¿ves?, tiene todas las rayitas.
- ¿Me deja verlo?
- Claro hija.
La chica cogi贸 el m贸vil de la abuela con sus delicadas manos, como si estuviera manipulando los recuerdos dorados de la tumba del fara贸n Tutankam贸n.
- ¿Me dice usted la clave para desbloquearlo?
- Claro mi ni帽a, 19 03 la fecha de mi matrimonio, el d铆a de San Jos茅.
Tecle贸 19 03 y se abri贸 el m贸vil, s煤bitamente una lucecilla en la parte de la derecha arriba indicaba que ten铆a m谩s de once llamadas perdidas, puls贸 la tecla correspondiente, y hab铆a: tres de JOS脡 MAR脥A, cinco de MANOLI, y tres de JOSE MAR脥A NIETO. A la jovencita se le encendi贸 la bombilla y accedi贸 a la tecla de sonidos observando que el m贸vil estaba en silencio.
- Abuela mire, seguramente le habr谩 dado sin querer a alguna tecla y ha dejado usted el m贸vil en silencio, es normal que no reciba llamadas, tiene usted aqu铆 m谩s de diez llamadas perdidas.
- ¿Ah s铆? Contest贸 Manuela.
- Claro, ve, usted le da aqu铆 y se queda en silencio, y despu茅s pulsa en este otro sitio y de nuevo tiene sonido.
¿Ve c贸mo sus hijos no hab铆an dejado de llamarla?
Todo ir谩 bien, cuando esto pase, cuando se dome帽e a este bicho, sus hijos vendr谩n, y sus nietos, y su vida cambiar谩 180 grados.
Me marcho ya, voy a seguir con mi ejercicio diario, ¿Me da un beso?
A la abuela se le saltaron las l谩grimas, cogi贸 de nuevo su m贸vil y puls贸: CONTACTOS, buscando a: JOS脡 MAR脥A; pero antes de pulsar para llamar, volvi贸 su arrugado rostro hacia la simp谩tica joven y le dijo:
- ¡Claro que te doy un beso, y dos! Muchas gracias. Por cierto, ¿C贸mo te llamas guapa?
La chica plasm贸 dos besos en la mejilla de Manuela, se coloc贸 los cascos para escuchar m煤sica mientras patinaba y le contesto:
- Mi nombre es Esperanza, pero todo el mundo me conoce por “Espe”.
Hoy, hab铆a decidido pasear por el parque de la iglesia, aunque era un esfuerzo superior al de todas las jornadas; merec铆a la pena por el simple hecho de deleitarse con los colores irisados de los 谩rboles del paseo, embelesarse con el trino de los pajarillos anidados en sus ramas y observar a lo lejos, ese sembrado de cruces blancas que destacaban por encima de las paredes blancas del cementerio de la parroquia…
-Todav铆a queda un poco lejos.(Pens贸 para s铆)
Cuando lleg贸 a la altura de los bancos de hierro, los que los peques de la escuela hab铆an coloreado cada uno de un color, rememor贸 viejos tiempos en los que iba con su abuela al mismo parque, por el mismo caminito y se sentaba en los mismos bancos para alimentar despacio a las palomas torcaces que se acercaban en busca de alimento.
Mir贸 de soslayo al que estaba pintado de verde y blanco, y se dijo:
- Hace mucho que no me siento en un banco de estos, hoy lo voy a hacer en este.
Busc贸 en la parte de abajo del andador donde llevaba la barrita de pan que hab铆a adquirido hac铆a menos de media hora para el almuerzo, y cort贸 con sus artr铆ticos dedos un trozo, se sent贸 en al banco ayudada por su inseparable y multifac茅tico andador y fue desgranando migaja a migaja el trocito de pan, regando el suelo poco a poco, viendo como las palomas y los pajarillos se iban acercando dubitativos en busca del sustento, hac铆a tanto tiempo que nadie les echaba alimento, que estaban reacios a comer; pero pronto descubrieron que no hab铆a ning煤n tipo de peligro y empezaron a picotear.
Manuela agach贸 la cabeza y la escondi贸 entre sus manos, se sent铆a sola, triste, y por supuesto, dolorida; se agolpaban tantas cosas en la cabeza que…
- ¿Abuela, le pasa algo?
Manuela levant贸 la cabeza lentamente y la descubri贸 frente a ella; era joven, atractiva, con sus mallas verde oliva y su top blanco, llevaba unos cascos con el lado derecho descolgado, unos patines de ruedas en l铆nea y unos ojos agradables, pero no pudo descubrir sus labios porque el carnaval del Covid tambi茅n hab铆a llegado a la cara de la joven…
- Cari帽o, no me pasa nada y me pasa todo.
- Pero…
- ¿Se encuentra mal?
- Estoy triste, si a estar triste se le puede llamar estar mal, estoy mal.
- Vamos mujer, levante la cabeza por favor, ¿Me permite que me siente con usted un ratito?
- Claro hija, claro.
- ¿Puedo ayudarla en algo?
- No hija, desgraciadamente no puedes hacer nada.
- Est谩 bien, pero ¿Me permite que me siente?
- Claro.
La chica se acomod贸 al lado de la anciana, mientras esta segu铆a alimentando a las palomas ella empez贸 a ojear su IPhone despreocupadamente.
Manuela la observaba de reojo, y despu茅s de cinco o seis pitidos correspondientes a otros tantos mensajes de WhatsApp, ya no pudo m谩s...
- Yo tambi茅n tengo uno...
Escudri帽贸 en el bolso negro, aviejado y logr贸 encontrar un m贸vil, antiguo, con el brillo apagado, pero encendido, alerta a cualquier llamada.
- ¿Ves? Es viejito, pero para lo que lo necesito me basta; lo tengo para llamar cuando necesite algo, porque lo que es que me llamen, parece que a mis hijos y mis nietos se les ha borrado mi n煤mero de sus tel茅fonos, viven fuera y hace m谩s de una semana que no se preocupan por contactar conmigo.
Vivo sola, todav铆a me puedo hacer mis cosas, pero cada d铆a me cuesta m谩s trabajo salir adelante; sobrevivo con la paguita de mi marido, con ella: como, pago los peque帽os gastos y medio me visto.
La chica se qued贸 mirando a los tristes ojos de la anciana…
- Es usted una luchadora, veo en sus ojos el reflejo de la lucha, de la necesidad, de la pasi贸n, del dolor, es un sinf铆n de sensaciones los que producen sus iris.
Nac铆 en plena guerra civil hija, sobrevivimos gracias a un vecino que nos escondi贸 en un zulo hasta que pas贸 lo m谩s gordo; pero despu茅s vino lo peor, la postguerra, el hambre; s铆, mucha hambre. Toda la vida haciendo las cosas de casa, aviando al marido, a los hijos, cuidando a Pepe hasta que se fue, casando a mis hijos, y ahora, cuando necesitaba un poco de paz, viene este maldito bicho a estropearlo todo.
La joven se revolvi贸 en el asiento d谩ndole la cara a Manuela para hablarle de frente.
- No se venga abajo abuela, al final todo saldr谩 bien, si ahora mismo no lo est谩 del todo, es que no ha llegado al final, tranquil铆cese y procure no preocuparse tanto.
Manuela cogi贸 el m贸vil de nuevo, lo sac贸 de esa funda parecida a un calcet铆n tobillero color azul marino, en la que se refugiaba, lo mir贸 fijamente…
- ¡Y este maldito m贸vil sin hacer ni un m铆nimo de ruido!
- ¿Est谩 cargado abuela?
- Siii, todas las noches lo dejo cargando en la mesilla de noche, ¿ves?, tiene todas las rayitas.
- ¿Me deja verlo?
- Claro hija.
La chica cogi贸 el m贸vil de la abuela con sus delicadas manos, como si estuviera manipulando los recuerdos dorados de la tumba del fara贸n Tutankam贸n.
- ¿Me dice usted la clave para desbloquearlo?
- Claro mi ni帽a, 19 03 la fecha de mi matrimonio, el d铆a de San Jos茅.
Tecle贸 19 03 y se abri贸 el m贸vil, s煤bitamente una lucecilla en la parte de la derecha arriba indicaba que ten铆a m谩s de once llamadas perdidas, puls贸 la tecla correspondiente, y hab铆a: tres de JOS脡 MAR脥A, cinco de MANOLI, y tres de JOSE MAR脥A NIETO. A la jovencita se le encendi贸 la bombilla y accedi贸 a la tecla de sonidos observando que el m贸vil estaba en silencio.
- Abuela mire, seguramente le habr谩 dado sin querer a alguna tecla y ha dejado usted el m贸vil en silencio, es normal que no reciba llamadas, tiene usted aqu铆 m谩s de diez llamadas perdidas.
- ¿Ah s铆? Contest贸 Manuela.
- Claro, ve, usted le da aqu铆 y se queda en silencio, y despu茅s pulsa en este otro sitio y de nuevo tiene sonido.
¿Ve c贸mo sus hijos no hab铆an dejado de llamarla?
Todo ir谩 bien, cuando esto pase, cuando se dome帽e a este bicho, sus hijos vendr谩n, y sus nietos, y su vida cambiar谩 180 grados.
Me marcho ya, voy a seguir con mi ejercicio diario, ¿Me da un beso?
A la abuela se le saltaron las l谩grimas, cogi贸 de nuevo su m贸vil y puls贸: CONTACTOS, buscando a: JOS脡 MAR脥A; pero antes de pulsar para llamar, volvi贸 su arrugado rostro hacia la simp谩tica joven y le dijo:
- ¡Claro que te doy un beso, y dos! Muchas gracias. Por cierto, ¿C贸mo te llamas guapa?
La chica plasm贸 dos besos en la mejilla de Manuela, se coloc贸 los cascos para escuchar m煤sica mientras patinaba y le contesto:
- Mi nombre es Esperanza, pero todo el mundo me conoce por “Espe”.